martes, junio 01, 2010

Historia de un prejuicio

¡Ah! Los prejuicios…. Que mala fama tienen, y con razón, claro. Como nos advierten contra ellos y como luchamos por evitarlos. Y como fracasamos, evidentemente.
Nadie está libre de prejuicios, por más que lo intente, y esta debilidad siempre nos juega malas pasadas. En mi caso, y como ya he dicho muchas veces en este blog, mi gran prejuicio es contra el mundo ufológico-esotérico. Es que es ver a la bicha y ponerme de los nervios, descomponerme, enfermar y cabrearme.
Todo tiene su explicación y, como en tantas cosas, dicha explicación se sitúa en la infancia. Como también he comentado más de una vez, de crio tuve mi fase de lectura compulsiva de ese tipo de libritos, en especial los del tema OVNI, muy de moda en mis años mozos. Poco a poco, fui siendo consciente del camelo que representaban esos libros y abandoné su lectura. Recuerdo que el cambio tuvo lugar en la frontera entre el colegio y el instituto (13-14 años) y lo provocó un libraco infame que especulaba con que Stonehenge era una base secreta OVNI. Teniendo en cuenta que de aquella ya sabía algo sobre la Prehistoria, semejante parida fue el detonante final de mi relación con Jiménez del Osos, J.J. Benítez y compañía.
Eso sí, me sentí bastante enfadado, tanto que el cabreo aún me dura. ¿Por qué? Por qué a nadie le gusta que le engañen, timen o estafen y, por qué me parece indecente que eso se haga con un niño, los seres más crédulos del mundo. De hecho, el concepto engañar a un niño tiene una mala fama tremenda, pícaros de hoy que no dudarían en levantarle la pensión a una ancianita serían incapaces de jugar con la credulidad inocente de un pipiolo de 6 añitos.
Y los escritores ufológico-esotérico se dedicaban a eso, a engañar a tiernos infantes. Es curioso, pero los niños aprenden muy rápido la diferencia entre ficción y realidad. No sabría decir edades pero esa distinción aprenden a hacerla en una época muy temprana de su vida. Lo he visto con mis sobrinos, que están en pleno desarrollo, y observarles me ha permitido recordar algunos procesos de mi propia niñez. A partir de cierto momento, uno aprende a distinguir entre Spiderman y Newton, entre la ley de la gravedad y la Tierra Media. Sabemos que las aventuras de Star Wars son reales en nuestra imaginación pero no en la realidad y somos conscientes que los entresijos de la teoría de la relatividad son igual de reales en nuestra cabeza y en el mundo más allá de nuestro cerebro.
Sin embargo, como niños seguimos siendo ingenuos y no sabemos que el engaño está ahí, esperando que piquemos como incautos. Lo terrible de los libros ufológico-esotéricos es que no se presentan como ficción si no como realidad. Ahora, de adultos, sabemos que eso es parte de su engaño pero, de niños, nos cuesta trabajo diferenciar semejante nivel de infamia. Si no es una novela (y no se presentan como tales) es real, auténtico, verdadero.
Cuando descubrí que me estaban tomando el pelo mi enfado fue monumental y hasta hoy, que aún sigue, sordo y semi-olvidado, pero ahí está, presente, adormecido, pero presente.
Y a veces ese prejuicio te la juega. En mi época infantil uno de los casos ufológicos más sonados en nuestro país fue el asunto UMMO, si alguien tiene curiosidad puede rastrearlo en la red y sacar sus propias conclusiones. A mí, en fase renacuajo, me fascinaron aquellas fotografías de discos plateados con un extraño anagrama en la panza. Luego, como es tan frecuente en este mudillo, la burbuja se desinfló, UMMO paso a mejor vida y, hace unos años, los creadores del fraude confesaron que todo había sido un montaje. Lo de siempre.
Eso sí, los ufólogos de pro siguen en sus trece, hace cosa de una año descubrí en un Carrefour un librito del inefable J. J. Benítez explicando como UMMO era real como la vida misma, que sí que en parte era fraude pero que había otra parte real, que si los hombres de negro, que si tramas gubernamentales para desprestigiarnos, etc, etc. Nada nuevo bajo el sol.
Que UMMO se había quedado ahí, en mi subconsciente, lo descubrí en 2004. Ese año se publico “Umma” de Juan Antonio Fernández Madrigal. De aquella su nombre no me dijo nada (aún no había descubierto sus relatos), era un autor novel, como tantos que aparecen todos los años. Como todo buen friki me gusta estar al día con lo que se escribe en la cf patria pero el tiempo y el dinero son un obstáculo jodido para ese propósito. Así que hay que hacer una criba, especialmente cuando estamos ante un autor nuevo, ante un salto al vacío. Y en el caso de Madrigal decidí pasar. ¿La razón? En mi cerebro “Umma” se convirtió en UMMO, y, automáticamente, clasifiqué el libro como lo que no era: como un intento más de los ufólogos por engañarnos, tomarnos el pelo y timarnos, así que pasé y metí la pata hasta el corvejón, por qué ahora que ya he leído parte de la obra de Madrigal ardo en deseos de enfrentarme al primer ladrillo de ese edificio complejo y apasionante que es su saga de las Víboras de las Formas.
Es curioso como nos funciona la cabeza. Umma es, también, la comunidad de los creyentes para el Islam, y una de las primeras ciudades mesopotámicas (aunque también aparezca como Unma). De hecho, esta última acepción es la que sirvió de referencia a Madrigal. Yo, como licenciado en Historia, debería de haber sido capaz de ver estas conexiones. Pues nones, mi cerebro se fue por peteneras y prefirió centrarse en aquella oscura trama ufológica de los 70. Hay que joderse.
Pero, como en tantas cosas, no hay mal que por bien no venga. “Umma”, aunque escrito el primero, es realmente el tercer volumen de la saga, que, por casualidades del destino, me la estoy leyendo en el orden cronológico correcto, así que, cuando un día de estos me sumerja en “Umma”, habré culminado, de momento, el viaje de la humanidad que Madrigal ha diseñado. Así que, quizá mi subconsciente (que es mucho más listo que yo), sí sabía lo que estaba haciendo…