miércoles, diciembre 03, 2008

Théophile Gautier (1811-1872): el Fantástico Francés por Excelencia


Es curioso observar como, durante buena parte del XIX, es posible encontrar dos grandes genios de la literatura fantástica en lengua inglesa (Poe) y alemana (Hoffman), pero no en la francesa. Y digo que es curioso por qué, como bien asegura un conocido mío, “En literatura, el XIX es francés”. En efecto, aunque el resto de los países pueden enorgullecerse de contar con una buena cantidad de genios en este siglo, no es menos cierto que Francia se lleva la palma, y, así, a bote pronto, y centrándonos en el campo de la narrativa, tendríamos a Victor Hugo, Stendhal, Balzac, Flaubert, George Sand, Zola, Dumas, Maupassant y un largo etc.
Por supuesto, hay autores fantásticos franceses pero, en mi modesta opinión, aunque en ocasiones consigan algún cuento o novela excepcional, nunca consiguen llegar a poseer una obra extensa y abrumadora que sea reconocida por todos como imprescindible. Cierto es que a finales de siglo la cosa cambiará, Schwob, Feval, el ya mencionado Maupassant y, especialmente, L’Isle Adam lograrán llenar ese vacío, aunque, creo yo, sin llegar a las alturas de sus vecinos ingleses, auténticos maestros en el campo fantástico.
Probablemente, la figura que más se acercó a la posición de Gran Escritor Fantástico de Francia sea el enorme Théophile Gautier, uno de los mayores románticos galos, destacado especialmente en el campo de la poesía, pero con una obra narrativa fantástica digna de estudio aunque más bien problemática.
En parte, las dificultades que tiene hoy en día Gautier para cautivar a un público remiso, que sí sabe disfrutar de Poe o Hoffman, tiene mucho que ver con el Romanticismo francés. Es curioso observar como, a diferencia de en otros países, entre nuestros vecinos del otro lado de los Pirineos, el movimiento romántico no fue tuvo tanto una vertiente revolucionaria (en lo político y en lo artístico) como conservadora. Frente a la exaltación de los góticos ingleses o la sensibilidad extrema de los románticos alemanes, los franceses eligieron un camino más académico, centrado especialmente en el campo de la novela histórica (ahí está Hugo y su “Nuestra Señora de París”), y que pronto dará lugar a el Realismo (ahí está la evolución de Balzac, o nuevamente Hugo y "Los miserables"). Esta evolución dejó un poco de lado los desvaríos fantásticos que en otras latitudes se acabaron aclimatando de forma permanente.
Gautier, en este sentido, no dejó de ser un raro toda su vida. Si bien practicó el folletín histórico al modo de Dumas o Hugo (“El capitán Fracasse”), y la novela psicológica de corte realista (“Mademoiselle de Maupin”) al estilo de un Balzac, no es menos cierto que el resto de su obra no deja de tener una clarísima estirpe hoffmaniana que no acababa de cuajar del todo en la realista Francia. De hecho, parte del problema de Gautier fue, más bien, el quedarse corto, el no zambullirse de lleno en el fantástico y dejar, con demasiada frecuencia, sus relatos en una extraña tierra de nadie, con una explicación lógica a la vuelta de la esquina. Por qué las visiones del diablo de “Onuphrius” podrían ser fruto de la locura del protagonista de este cuento, lo mismo que las visiones de “La cafetera” o de “Ónfale” no serían más que un sueño, y la maldición de “Jettatura” un simple caso de obsesión. Esta ambigüedad puede ser del gusto de muchos pero a mí no deja de resultarme un tanto enervante el no saber muy bien a que carta quedarme.
También, hay que reconocer, que parte del problema de Gautier fue su condición de poeta (uno de los mayores de su época) por encima de todo, y su asunción de la narrativa (junto al periodismo y los libros de viajes) como un mero producto alimenticio que le permitió ganarse la vida con cierta holgura, pero que siempre trató de una forma un tanto despectiva y apresurada.
Gautier escribió muchos cuentos, no todos ellos fantásticos, algunos de los cuales se han hecho especialmente famosos por sus descripciones del uso de las drogas (“La pipa de opio”, “El club de los hachichins”) y de las terribles y surrealistas visiones provocadas por estas.
Por desgracia, no existe una recopilación decente de los cuentos fantásticos de Gautier (cosa que, curiosamente, sí ocurre con Hofman y, sobre todo, con Poe). Quizá la mejor forma de adentrarse en la obra fantástica del francés sea con una vieja antología, hoy inencontrable, “El caballero doble” de la editorial Teorema. Lo mismo ocurre con otro buen título, “La pipa de opio” de Siruela, igual de imposible que el anterior. Más fácil de encontrar es el volumen también titulado “La pipa de opio” de Abraxas (aunque también agotado) pero que no consigue una selección tan redonda como en los casos anteriores.
De cualquier forma, los cuentos de Gautier son una delicia para los sentidos y, probablemente, esa sea el término más adecuado para definirlo como escritor: delicioso (exquisito no le vendría tampoco mal). Posee una prosa limpia, sugerente, y llena de encanto y sensibilidad. Quizá un tanto blanda, no encontramos aquí los horrores de Poe ni fantasía desbordad de Hoffman, pero sí, en cambio, un estilo más depurado y preciso que del norteamericano, y más claro y alejado de lo farragoso que el del alemán. Es una pena que muchos de los cuentos no estén a la altura de semejantes herramientas estilísticas.
Muchos de ellos son muy breves, apenas una mera anécdota, en ellos prima más el estilo que la historia propiamente dicha. Es el caso de “Ónfale” o “La cafetera”. Otros, en cambio, son más bien humorísticos y poco serios (“El pie de la momia”). Mención aparte merecen aquellos centrados en su obsesión por la Antigüedad (“Arria Marcela”). En cualquier caso, casi todos cuentan con aciertos y visiones muy originales para la época, los cuadros que cobran vida, los viajes oníricos al pasado, el amor a través de los tiempos...
Aunque, probablemente, los mejores sean “El caballero doble” y “Onuphrius”. En ambos casos, nos encontramos con sendos homenajes a Hoffman aunque muy diferentes el uno del otro. “Onuphrius” es el más deudor del prusiano, de hecho se subtitula “Un homenaje a Hoffman”, y muchas de sus páginas podrían haber sido escritas por él: personajes excéntricos, visiones del diablo, dudas sobre la propia personalidad, locura final, ambiente artístico,… Puede que sea un pastiche pero no deja de ser un pastiche muy bien hecho.
“El caballero doble”, en cambio, es más un homenaje a lo germánico que a ninguno de sus autores en particular. Ambientado en una Edad Media ideal, Gautier escribe, por una vez, tomándose el asunto con la seriedad suficiente y la extensión adecuada, logrando un prodigio de poética y, especialmente, la historia definitiva sobre el doble, el tema por excelencia del fantástico teutón.
Ahora bien, donde Gautier consigue sus mejores obras en prosa es, probablemente, en el campo de la novela corta. Hay cinco en concreto dignas de destacar: “Avatar” “Jettatura” (ambas recientemente publicadas en un solo tomo por Siruela), “La novela de una momia” (su obra más famosa y fácil de conseguir, personalmente tengo la de Catedra), “La muerte enamorada” (siempre presente en cualquier antología de vampiros) y “Espirita” (descatalogada, existe, al menos, una edición sudamericana en Edhasa, no creo que sea fácil dar con ella).
En este tipo de narración, Gautier consigue unir, a su siempre esmerado estilo, las dosis justas de imaginación y evocación, logrando páginas de una gran belleza.
En mi modesta opinión, “Jettatura” es su obra maestra. En el fondo no deja de ser una sencilla historia sobre un turista inglés en Nápoles que se cree presa del mal de ojo (la jettatura del título). Sin embargo, Gautier consigue hacernos sentir el horror de un destino tan ominoso como inexorable, el más trágico fatalismo impregna estas páginas llenándonos de angustia y espanto. Y, al final, igual que el protagonista del libro, no sabemos muy bien si estamos ante un fenómeno de mala suerte y sugestión o, realmente, ante una maldición en curso.
Hasta cierto punto da un poco lo mismo, sencillamente hay que dejarse llevar y disfrutar de las evocadora recreación de un Nápoles tan exótico como fascinante, y de una galería de personajes tan tópicos (el frío gentleman inglés, la fogosa dama francesa, el decadente noble italiano) como bien trazados. Y ello unido a momentos de gran fuerza, como ese duelo a ciegas que, sencillamente, quita el aliento.
El resto de sus novelas cortas no consiguen tener la fuerza de “Jettatura” pero se le acercan. “Avatar” es un cruce entre la fantasía y la ciencia ficción, con un científico capaz de cambiar las almas de cuerpo siguiendo ignotos conocimientos hindúes. Es interesante por que debe ser uno de los primeros precedentes de ese tipo de historia en que dos personas intercambian mente y cuerpo y que, a día de hoy, son legión. Destaca, una vez más, lo bien construidos que están los personajes por más tópicos que sean: el científico sin escrúpulos, el noble ruso de elevados sentimientos, el joven burgués francés enfermo de spleen. No acaba de funcionar del todo por el tono fallido humorístico de algunos momentos (aunque en ocasiones este humor es de una negrura notable) y por la ñoña historia de amor, pero posee suficientes virtudes como para hacerlo interesante.
“La muerte enamorada” es una de las historias de vampiros más clásicas y famosas de la historia y no merece la pena hablar, una vez más, sobre ella.
“La novela de la momia” es un caso peculiar. En sus pocas páginas se amontonan tal cantidad de temas que parece milagroso que el libro sobreviva, aunque lo hace gallardamente. Inicialmente es una novela arqueológica a lo Indiana Jones, con la búsqueda de una tumba real egipcia sin profanar. Posteriormente se narra la historia de la momia descubierta, lo que permite a Gautier lucirse con bellísimas y larguísimas descripciones del Egipto faraónico. Hay también una historia de amor (como no), y una descripción de la lucha de Moisés por sacar a los judíos de Egipto, con un duelo de magos (la única parte fantástica de la novela, aunque me imagino que para los más creyentes no será el caso) sacado directamente de la Biblia pero presentado con una fuerza que lo hace realmente memorable.
“La novela de la momia” es un libro irregular y extraño que, sin embargo, y misteriosamente, se ha convertido en el mayor éxito de Gautier, en vida y después, probablemente por la eterna fascinación del antiguo Egipto.
“Espirita”, en cambio, su testamento literario, es, probablemente, su obra menos interesante. Novelización (una vez más) de las teorías religiosas de Swedenborg, una auténtica manía de la época, no deja de ser bastante tediosa y predecible, aunque con un par de momentos brillantes.
Gautier fue, en lo personal, un personaje tan peculiar como muchas de sus historias. Aunque militó en las filas del Romanticismo más combativo, el que protagonizó las batallas de “Hernani”, y se hizo famosos por lucir un chaleco rojo brillante para espanto de los buenos burgueses (una especie de punk de 1830), no es menos cierto que, con el tiempo, se desencantó y volvió a las enseñanzas de su niñez (venía de un hogar ultra-realista, con posiciones ideológicas cercanas a nuestro Carlismo), renegó del progreso y la democracia y soñó con un pasado tan fascinante como muerto. Creo la idea de “el arte por el arte”, frecuentó a gente tan notable como Nodier, Nerval, Dumas y Hugo, viajó lo que pudo y se interesó profundamente por la magia y el esoterismo.
Su vida amorosa fue activa y, como no, peculiar. Dicen que se enamoró de una de las grandes actrices de la época y, ante su negativa, se unió a la hermana gemela de esta. Una historia digna de uno de sus cuentos, desde luego.
Aunque, por supuesto, lo que siempre ha traído de cabeza a sus lectores es su necrofilia. Y es que, en sus libros, casi todos sus protagonistas se enamoran de alguien muerto, Sucede, al menos, en “Espirita”, “La novela de una momia”, “El pie de la momia”, “Ònfale”, “La muerte enamorada”, “La cafetera” o “Arria Marcela”.
¿Qué oscura pasión correspondía a esta fijación? Como en el caso de Poe y Hoffman, sólo nos es posible especular.

2 Comments:

Blogger Carlos Abraham said...

El fantástico francés del siglo XIX es mucho más rico que el anglosajón y el germánico. Lo que ocurre es que es menos conocido. Me permito recordarle nombres como Souvestre, Bonnardot, Botuet y Eyraud, entre otros muchos. Hoy en día son conocidos por unos pocos especialistas, pero en su momento fueron celebridades.

Quizá en este declive haya tenido que ver el descenso de importancia de la lengua francesa en el mundo.

vie ene 16, 07:23:00 p. m. 2009  
Blogger Iván Fernández Balbuena said...

Uno de los problemas de mi blog es que sólo leo en español, de ahí que muchas de las afirmaciones que hago lejos de ser categóricas deberían de ir siempre con la coletilla "siempre referido a lo publicado en español".
De todas formas, y desde ese parámetro, discrepo con esa idea. Es posible que en su época esos autores fuesen conocidísimos, pero el tiempo es un justiciero letal y hoy no han pasado la prueba. Se recuerda y edita a los góticos ingleses (Walpole, Radcliffe, Beckford, Maturin, Shelley, Lewis), a los creadores de ghost stories (Le Fanu, M. R. James), a genios como Poe, a francotiradores realmente ya un poco olvidados (como Hogg, Marryatt, Bulwer Lytton), a autores realistas que hicieron sus pinitos (como Dickens, Collins, Elliott, Twain, Hawthorne, Wilde, Stevenson), a los padres de la fantasía épica (McDonald, Morris), a los dedicados a la literatura infantil (Barrie, Kingsley, Carroll)y a gente tan variada como Haggard, O'Brien, Conan Doyle, y un largo etcetra.
Seguro que se me puede argumentar que hay otros autores francese en igual número pero de los anteriores se puede encontrar sus libros en el mercado español con más o menos facilidad. No se puede decir lo mismo para nuestros amigos transpirenaicos.
Y el argumento del descenso de la importancia de la lengua francesa a nivel mundial no me vale. se sigue traduciendo a Balzac, Hugo, Stendhal, Flaubert, Sand, Maupassant, Zola, France, Dumas, Huysmann y a otros muchos, todos ellos realistas, pero no a esos autores fantásticos.
El XIX,insisto, es francés en lo ralista (con la dura competencia de Dickens) pero inglés en lo fantástico.
El caso alemán sería más discutible, tras el Romanticismo hay un desierto con algunos destellos como Keller, Storm. Pero está Hoffmann, y el sólo vale por un siglo.

lun ene 19, 07:26:00 p. m. 2009  

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