viernes, abril 11, 2008

"Alto Riesgo" de Nick Manns


El año pasado reseñé los libros que un buen amigo mío utilizó en sus clases de lengua para animar a sus alumnos a introducirse en esto de la lectura. Dio la casualidad de que los tres títulos (a uno por trimestre) eran de literatura fantástica, así que no desentonaban del todo en este blog.
Este año decidí hacer lo mismo pero, cosas del destino, en la primera evaluación el libro elegido fue “Y decirte alguna estupidez como, por ejemplo, te quiero” de Martín Casariego Córdoba, un clásico reciente de la literatura juvenil, sub-género “libros que mandan los profes para joderte la vida” pero que no tiene nada de fantástico en su trama. Por esa razón lo deje pasar.
Sin embargo, en la segunda evaluación si que cayó un libro de terror sobrenatural, sub-género “historias de fantasmas inglesas”, por tanto me lo leí en una tarde tonta y paso a comentarlo.
“Alto riesgo” de Nick Manns me llamó inicialmente la atención por tratarse de un libro inglés, cuando, hasta ahora, siempre habían sido libros españoles (o escritos en castellano) los elegidos.
Manns no se caracteriza ni por su elegancia estilística ni por ser especialmente original pero, me temo, estas dos virtudes no deben de ser muy requeridas por lo editores de literatura juvenil. La novela (o novela corta, por que no tiene mucho tamaño) está protagonizada por el típico adolescente (la consabida obligación de que el lector se identifique con el “héroe”) ni muy rebelde, ni muy sumiso, tirando a normalito.
Su familia es también bastante habitual, hermana pequeña sensible, madre ama de casa y padre programador informático que trabaja para la industria militar. Este último plantea el único posible conflicto al contar con un trabajo que le obliga a no prestar mucha atención a sus hijos (aunque, realmente, esta situación no aparece descrita como muy dramática).
El libro se inicia con el traslado de la familia a una nueva vivienda (un caserón un tanto siniestro) y con la adaptación de la familia a su nuevo entorno (otro cliché más). Como era de esperar, la casa cuenta con fantasma propio (un rasgo muy británico, claro) que se comunica, especialmente, con los más jóvenes de la familia. Y aquí es mejor parar si no queremos destripar en exceso la historia, pero, eso sí, hay un robo de altos secretos militares, una curiosa investigación histórica llevada a cabo por el protagonista, un par de manifestaciones sobrenaturales bastante inquietantes y un juicio de lo más sorprendente.
Entre los aspectos más agradables del libro hay que destacar el interés de Manns por plantear una serie de cuestiones éticas que no tienen una respuesta fácil. En síntesis, “Alto riesgo” (desastrosa traducción del original “Control Shift”) es un alegato pacifista que pone en entredicho la moralidad de la industria armamentística, de los que trabajan para ella mirando para otro lado, como si estuvieran fabricando chocolatinas y no missiles, de los gobiernos que venden armas a países pobres y gobernados por indeseables sin preocuparse de que va a ocurrir con esas armas, y de la opinión pública que se escuda en el “no sabe, no contesta”.
A este respecto, la escena en que la niña de cinco años que pregunta insistentemente a su padre si el avión que está diseñando sirve para matar gente (y que el padre no sabe responder) es, aunque un tanto forzada, ejemplar a la hora de enfrentarnos con una realidad que preferimos obviar.
Por otro lado, “Alto riesgo” también critica duramente algunos aspectos relativos a la historia del ejército inglés durante la Primera Guerra Mundial, como las investigaciones con gases tóxicos y el trato dado a los objetores de conciencia.
Son estos temas bastante extraños y raros en la literatura juvenil que, muy a menudo, parece estar más cómoda en la aventura insustancial o en los enredos amorosos entre quinceañeros que en temas serios y controvertidos, más allá de los tópicos mil veces repetidos sobre las drogas, la anorexia y el medio ambiente.
Sin embargo, “Alto riesgo” posee varios fallos que oscurecen estos interesantes logros y que lo acaban convirtiendo en una obra más rutinaria que conseguida. En concreto, resulta un tanto desconcertante la profusión de hilos sueltos que quedan a lo largo de la novela y que Manns no explica en ningún momento, máxime si tenemos en cuenta que muchos de ellos son fundamentales para entender el desarrollo de la trama (en especial el referido al culpable del robo de los secretos militares).
Más grave todavía resulta el que el autor decida hacer trampa y dé algunas explicaciones más que cuestionables paras resolver un par de nudos del argumento. Estos fallos pueden estar motivados por lo breve de la historia, que da la sensación de que podría haber sido más efectiva con el añadido de otro centenar de páginas (muy a menudo resulta demasiado esquemática). O, lo que sería más grave, por la errónea idea por parte de Manns de que dadas las características de su público no hace falta esforzarse como ante una novela “de verdad”.
Por supuesto, esto no deja de ser una especulación un tanto gratuita por mi parte. Manns hace un buen intento por elaborar una obra un tanto distinta y sus críticas al estamento político-industrial-militar resultan bastante valientes viniendo de alguien que es hijo de un militar. Por eso, resulta más triste aún que no haya tenido la habilidad o las ganas de hacer una novela mejor. Era posible y, probablemente, necesario.