martes, octubre 10, 2006

"Lo Superfluo y Otras Historias" de Ludwig Tieck


Me temo que Ludwig Tieck (1773-1853) es otro ilustre desconocido para el lector español. Por supuesto, la culpa no es del susodicho lector si no de cierta política editorial que ha decidido mantenernos en la ignorancia de ciertos autores con pertinaz obstinación. En efecto, “Lo Superfluo y Otras Historias” es el único libro disponible de este autor y dado que se publicó en 1987 un tanto difícil de encontrar.
Y es una pena que así sea por que los cuatro cuentos que aparecen aquí (una pálida muestra de una obra muchísimo más amplia) son uno de los hallazgos con los que más he disfrutado en los últimos meses.
Dentro del Romanticismo alemán, Tieck jugó al final de su vida el papel de patriarca oficial del movimiento y pope venerado e intocable. En cierta forma, este hecho tuvo más un carácter biológico que de cualquier otro tipo. Tieck fue longevo para su época, o, por lo menos, vivió más tiempo que otros contemporáneos suyos como Chamisso, Hoffmann, Hauff o Arnim, todos ellos muertos a una edad relativamente temprana.
Y es gracioso observar como esta situación afectó a su obra. El debut de alemán en literatura fue “Die Geschichte des Herrn William Lowell” (1796) una parodia, nada menos, que del “Wilhelm Meister” de Goethe y que provocó un escándalo mayúsculo (el héroe de Goethe asciende hacia la perfección, el de Tieck desciende hacia la degradación).
A partir de ahí, Tieck se consagró como un gran autor de cuentos y, en especial, de cuentos fantásticos al estilo de de la Motte Fouque, o de Hoffmann.
Al final de sus días, en cambio, sus obras aunque románticas, fueron abandonando el fantástico y acabaron cayendo en un costumbrismo sentimental que tiene cierta gracia pero que, bajo mi punto de vista, posee menos interés que su obra inicial juvenil y ardorosa.
Y esto se puede observar a la perfección en este breve volumen. “Lo Superfluo”, el cuento que da título al libro, es una historia de amor imposible con final feliz absolutamente inverosímil y teñida de una cierta ironía y filosofía que le da un cierto aire atractivo pero que no deja de ser una creación menor. Por supuesto, no hay nada fantástico en ella. Fue escrita en 1839 y se nota.
En cambio, los otros tres cuentos son realmente brillantes y fascinantes fruto de sus juventud (entre los últimos años del XVIII y los primeros del XIX).
“El Rubio Eckbert”, “El Runenberg” y “Los elfos” cuentan con una estructura similar y muy efectiva: lo maravillosos irrumpe en la vida cotidiana de un ser humano con consecuencias catastróficas. Tan catastróficas que los tres podrían funcionar a la perfección como cuentos de terror casi preternatural.
Ahora bien, la irrupción trágica de lo fantástico no es una condición intrínseca de este elemento, es más bien el ser humano (el protagonista de cada cuento) el que, en cierta forma, no sabe como adaptarse a esta situación o, más bien, no cumple con las reglas no escritas que dictan estos encuentros y será la transgresión de estas reglas la que desencadena el horror, horror que no sólo afecta al individuo sino que es colectivo y alcanza auténticos ribetes de tragedia griega y de tremenda actualidad (la muerte, la locura o la catástrofe ecológica respectivamente).
Desconozco si Lovercraft leyó estos cuentos, creo que no por que no los menciona en su breve ensayo sobre el género de terror pero, si lo hubiera hecho, apuesto algo a que le hubiesen encantado. No tanto por como se cuenta (blando incluso para la época del de Providence) sino por lo que se cuenta.
Paradójicamente, otro autor que me ha recordado al alemán es J. R. R. Tolkien, tampoco sé a ciencia cierta si fue lector de Tieck pero sospecho que si. Las influencias son claras, en este caso no únicamente por la temática de estos cuentos, si no por el estilo onírico y alegórico que les caracteriza. Por supuesto no me refiero al Tolkien de “El Señor de los Anillos” o “El Hobbit” si no al más modesto pero no menos interesante de “El herrero de Wotton Manor” un cuento que Tieck podría haber firmado perfectamente.
En fin, un autor poco conocido y menos publicado (y eso que fue uno de los mejores traductores al alemán de “El Quijote”) pero que, de verdad, es casi urgente que alguien recupere por que si su producción fantástica se acerca siquiera a estos tres cuentos, lo que nos estamos perdiendo.