martes, diciembre 20, 2005

¿Por qué no Voltaire?


Pues eso, ¿Por qué no Voltaire? Creo que es un autor un tanto olvidado o, más bien, poco leído en nuestros días. Debido a mi trabajo como profe de historia en un instituto, todos los años recito la misma letanía: “Los principales autores de la Ilustración son Voltaire, Rousseau y Montesquieu”. Un mantra que mis niños, con suerte, se aprenden sin más y luego olvidan a una velocidad envidiable. En el fondo, como toda simplificación, un absurdo. Toda la Ilustración reducida a tres nombre. Luego, por añadir una pizca más de información, prosigo: “La obra más importante de Rousseau es “El Contrato Social”, de Montesquieu “El espíritu de la leyes” y de Voltaire ....” y aquí patino de mala manera. ¿Qué libro se puede citar del bueno de François-Marie Arouet? Desde luego, por producción que no quede, el pájaro escribía de una forma compulsiva. Pero, repito, ¿Alguna obra en concreto? Descartemos las novelas, poco serias, ¿quizás sus libros filosóficos? ¿”Las cartas inglesas”? No se, parece que tienen poca chicha, y así me atasco y, al final, lo dejo correr (para alivio de mis alumnos, algo menos que memorizar).
Y me temo que este problema mío le ocurre a más gente. A fin de cuentas Montesquieu y Rousseau son citados constantemente dentro de la crónica política del día a día, que si el contrato social entre gobernantes y gobernados, que si la división de poderes, .... Pero Voltaire, que escribía mucho mejor que ellos y que gozó en vida de muchísima más fama, brilla por su ausencia.
Así que, repito, ¿Por qué no Voltaire? Desde el punto de vista literario, algunas de sus novelas son impagables, “Cándido”, “El ingenuo” son divertidísimas, amargas, filosóficas, amenas y muy cortitas. Una estimulante lectura para una tarde tonta de sábado. Pero he preferido rescatar del olvido este otro librito. Principalmente por que este es un rincón de literatura fantástica y, por si alguno no lo sabe, Voltaire fue un estupendo cultivador de este género.
“La princesa de Babilonia” es un libro inencontrable, como la mayoría de los editados por Adiax, una editorial argentina que allá por los 70 realizó una labor muy meritoria por publicar clásicos del fantástico y lo último de la New Wave (contradictorio trabajo). Así que, este volumen, publicado en 1979, con una preciosa ilustración de portada de Oscar Díaz, una magnífica traducción de Gloria Pampillo y una interesante introducción de Roland Barthes, solo es apta para ratas de librerías de segunda mano y obstinados rastreadores de internet. ¿Merece la pena el esfuerzo? Pues creo que si, por que creo que ninguna otra editorial se ha animado a realizar una recopilación de cuentos fantásticos del francés. Y aunque algunos de ellos son fáciles de encontrar en otros sitios, verlos todos juntos es más bien difícil.
En concreto esta edición cuenta con cuatro: “La princesa de Babilonia”, “Zadig”, “Micromegas” y “El toro blanco”. Existen muchos otros cuentos fantásticos de este autor pero estos cuatro son, sin duda, las joyas de la corona.
Los dos primeros están ambientados en un Oriente fantástico, irreal y totalmente imposible, lleno de anacronismos y con una clara intención paródica. “Zadig” narra el ascenso de un benévolo filosofo que, por culpa de su sabiduría sufre todo tipo de desgracias hasta convertirse al final en rey de Persia. Es muy movido, divertido y filosófico. El principal elemento fantástico es la aparición del ángel Jesrad que guía a Zadig y, al final, le acaba dando una especie de respuesta a la eterna pregunta de ¿Cuál es el sentido de la vida?
“La princesa de Babilonia” cuenta los amores contrariados de la protagonista que da título al relato y del príncipe Amazán. Un fénix parlante es uno de los principales protagonistas de esta fábula donde los oráculos misteriosos se suceden y, al final, asistimos a un recorrido en clave por la Europa del XVIII donde la crítica volteriana alcanza cotas de acidez bastante elevadas.
“Micromegas” es bastante famoso por que está considerado como una de las primeras narraciones de ciencia ficción de la historia. En él se cuenta la visita que Micromegas, un gigante procedente de Sirio, junto con un saturnino, realizan a la Tierra. Siento desilusionar a los que no se lo han leído, los elementos científicos brillan por su ausencia, no se explica muy bien como viajan ambos personajes a través del espacio y su fisiología es bastante irreal (el tamaño de Micromegas hace que para él, los humanos sean prácticamente microbios). De hecho, el cuento es una excusa para mostrarnos la estupidez humana en comparación con una especie extraterrestre muchísimo más avanzada (Micromegas promete escribir un libro para los humanos donde se explique su filosofía, cuando el libro llega a nuestras manos, al fin, se descubre que está en blanco).
Por último, “El toro blanco” recrea un episodio de la Biblia contado en clave, como no, humorística y es utilizado por el autor para hacer una hiriente crítica de la religión cristiana más tradicional. Es, probablemente, el más flojo de los cuatro pero aún así tiene momentos muy logrados (el cachondeo que se trae con algunos de los profetas del Antiguo Testamento).
En fin, que Voltaire es, salvando las distancias, el Vonnegut del siglo XVIII, un escritor y filosofo que utiliza el fantástico como una herramienta para exponer sus ideas, desplegar su ácido e hiriente sentido del humor (en el prologo se le define como “el último escritor feliz”) y, especialmente, criticar todo lo que se le pone por delante. Realmente, nuestro ilustrado francés no deja títere con cabeza y da un buen repaso a todos los aspectos de la vida de su época (muchos de ellos aún reconocibles en nuestros días) al tiempo que responde con desenfado a alguna que otra duda ontológica de esas que a veces no dejan dormir.
Y es que Voltaire, puede que no dejase para la posteridad un sistema político tan enjundioso como los de Montesquieu o Rousseau pero cachondo era un rato y su mayor legado sea, probablemente, esa capacidad innata pera reírse de todo y para mostrar las miserias de un siglo. Una actitud más que necesaria en estos tiempos que corren.